ShopDreamUp AI ArtDreamUp
Deviation Actions
Literature Text
Desgraciadamente, pasó mucho tiempo hasta que pude volver al bosque para encontrarme de nuevo con Zerón.
Y, cuando al fin pude hacerlo…
Aquella tarde el cielo se hallaba tan encapotado que la luz apenas iluminaba la ciudad y sus alrededores, mucho menos el interior del bosque. Cuando me detuve a la entrada, la oscuridad que la envolvía era tal que hizo que mis piernas dudaran y se quedasen, por un instante, clavadas en el suelo, resistiéndose a continuar. Pero eso no era todo; algo me decía, además, que no insistiera. Un presentimiento que sacudió de inmediato todo mi ser, partiendo mi espalda como un potente terremoto. Anunciando en silencio a gritos un mal augurio.
Fruncí el entrecejo, reparando entonces en un pequeño detalle. La cesta que había dejado el último día se encontraba casi intacta, solo un poco deteriorada por el mal tiempo y los animales que, atraídos por su contenido, la habían roído. Zerón no la había tocado, estaba segura. Y aquello despertó en mí ciertas alarmas; siempre, quisiera o no, había aceptado ofrendas como esa.
… Por supuesto, todavía era pronto para realizar conjeturas, pero… aun así, algo me decía que las cosas no iban bien. ¿Qué no iba bien?
Ignoré mi instinto y di varios pasos más. Luego me acuclillé junto a la cesta y observé durante unos segundos los restos, ya putrefactos, de los alimentos que había albergado. Quizá, simplemente, no los había cogido porque su condición de nictémero ya se lo impedía. Aunque, en ese caso…
¿Significaba que Zerón ya no era humano? ¿Qué ya no poseía ni siquiera una pizca de humanidad? Y, si así era, ¿aquello quería decir que Zerón… había dejado de existir?
Mi estómago se contrajo ante semejante pensamiento. Si Zerón dejara de existir…
Levanté la cabeza, mirando consternada en dirección a las entrañas del bosque. Debía evitar ese tipo de suposiciones y buscar a Zerón. Necesitaba verlo, hablar con él. Necesitaba… averiguar si todavía “existía”, aun si aquello terminaba costándome la vida. De todas formas, me daba igual. Cerrando los ojos, rocé con las yemas de los dedos el pendiente de zafiro restante que me quedaba. “Si tú desaparecieras…” susurré en mi fuero interno. No fui capaz de continuar.
De todas formas, mi triste vida perdería todo su sentido.
Incorporándome, comencé a caminar decidida hacia el bosque, dispuesta a encontrar a Zerón.
El sendero apenas se distinguía de la exuberante vegetación que me rodeaba, alimentada por las últimas lluvias. Dificultó mi avance más de lo que pude imaginar en un principio, aunque no logró sofocar mi determinación.
—¿Zerón?
Mi voz se alzó por encima de todo aquello, perdiéndose entre las copas de los árboles en una espiral de eco decreciente. Volví a llamarlo mientras proseguía mi camino a través de una penumbra que era perturbada de vez en cuando por finos rayos de sol, fugaces. Finalmente alcancé el pequeño claro donde se ubicaba el borde del precipicio donde solíamos vernos y conversar. Una brisa tormentosa acarició mis mejillas, meciendo los mechones ondulados que no había fijado aquella mañana a mi moño. Tomé aire despacio por la nariz y lo expulsé del mismo modo. Luego regresé sobre mis pasos, con la intención de seguir indagando.
Mi búsqueda no se prolongó mucho más. Para mi sorpresa, di pronto con otro claro que no había visto nunca antes, ni siquiera durante mis paseos con Zerón. Pero, lejos de hallar a este, fui testigo de una escena que despertó ahora sí todas mis alarmas, haciendo brotar de mi piel un frío sudor copioso y unas lágrimas de mis ojos que no eran otra cosa que la manifestación de un pánico incontrolable. Había alguien en el centro del claro. Un figura oscura y encorvada, que parecía moverse sobre algo. Un brazo humano sobresalía tras ella por uno de los extremos, tendido sobre un trozo de hierba ensangrentada.
Aspiré brusca y fuertemente, tapándome la boca a continuación con una mano.
La figura se quedó inmóvil entonces. Instantes después sus hombros temblaron, y una risa baja y grave llegó hasta mis oídos mientras se giraba y miraba justo en mi dirección.
—Qué… —murmuré.
Lentamente, fue elevándose hasta alcanzar toda su altura, que no era poca, y empezó a acercarse a mi posición, sin ninguna prisa, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Yo me encontraba paralizada por el miedo; era incapaz de reaccionar, las lágrimas atravesaban sin parar mis mejillas, desenfocando mi visión y emborronando en consecuencia la imagen del cadáver que yacía a unos cuantos metros de nosotros.
—Qué… —repitió el asesino con voz ronca, revelando un deje que sonó, para mi asombro, burlón.
Rió de nuevo, esta vez más alto, animado. Nos separaban solo un par de metros. La oscuridad lo envolvía como si emanara en realidad de su cuerpo. Únicamente, pude distinguir el ligero ondear de la capa corta y vieja que caía de su espalda. El temor había invadido mi mente, nublando mi razón, cubriéndola por completo…
—Voy a morir —dije en voz alta, sintiendo aquella certeza impactar en mi corazón como una bala y arder como el fuego del mismo infierno.
¿Por qué había dicho eso? La cabeza me daba vueltas. Una confusión tormentosa revolvía mis pensamientos, ordenándolos a su antojo.
—Pero, antes de morir —proseguí, mareada—, mi carne será devorada, y mi sangre derramada, en las profundidades de la nada, junto con unos huesos que, reducidos a astillas, se clavarán en mi cara aterrorizada.
La risa cobró fuerza, resonando cortante y malévola por todo el bosque. En ese momento, me pareció advertir que extraía algo del cinturón que se ceñía a sus caderas estrechas. Era un pequeño cuchillo, que lanzó acto seguido hacia mí. Yo lo atrapé al vuelo con la extraña sensación de que mis movimientos carecían de voluntad.
—Y Dios, nuestro señor todopoderoso, nos amaba tanto —empecé a cantar, desconcertada—, que nos bendijo con una parte de su divina sabiduría. Así, la oscuridad sería desenmascarada y el ser humano descubriría su origen sagrado…
Antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, el cuchillo cruzó veloz la cara interna del antebrazo izquierdo que acababa de extender. Al cabo de varios segundos, una fina línea roja se marcó en mi piel blanca, que fue tornándose más grande poco a poco hasta que la sangre se desbordó de ella y comenzó a brotar.
—¡Oh! ¿Qué es esto?... Dolor, ¿sufrimiento? ¡No puede ser! —seguí cantando.
Otro corte, más profundo. Grité.
—¿Qué significa esto, Dios, señor nuestro todopoderoso? ¡Mortalidad! ¡MORTALIDAD! ¿Cómo puede ser? Nosotros somos tus hijos, poseemos tu grata sabiduría. Nosotros somos… Dios. —Mi voz cambiaba continuamente de tono, como si estuviera interpretando un papel en alguna obra de teatro—. Sin embargo, sangramos. Nuestra mortalidad fluye por esta impía sangre. Nos has… engañado. Tu sabiduría… es falsa. Tú eres falso.
El cuchillo se escurrió de entre mis dedos, cayendo al suelo.
—Entonces… —susurré, en trance—, ¿qué ocurre con la Oscuridad?
Un metro.
—La Oscuridad… desenmascarará a la luz falsa y, con ella, a ese Dios falso, y nos acogerá en su seno, libre y auténtico… —respondió aquel ser, ansioso.
—… mi carne, mis huesos, mi sangre serán devorados por la Oscuridad, y renaceré en ella —concluí.
Aquel individuo alzó una mano, cerrándola luego en un puño. En ese preciso instante, una punzada insoportable de dolor pareció perforar mi cerebro, arrancándome un potente alarido. Intenté abrir los ojos, pero todo daba vueltas a mi alrededor a una velocidad que no podía encajar. Asimismo, el asesino aparentaba, en medio de aquella confusión, estar en todos sitios y a la vez en ninguno, mientras reía de una manera horriblemente siniestra. Sentía como si mis neuronas estuvieran electrocutándose, transmitiendo al resto de mi cuerpo un dolor agudo e intermitente.
—Tu corazón es joven; la sangre es bombeada con ímpetu. Sin embargo… tu mente no corresponde. Tu mente parece estar perdida. Perdida en una realidad que has empezado a cuestionar.
… Era como abrir viejas heridas. Heridas que surcaban la imagen inmóvil del pasado, apenas perceptibles. Aquellas heridas se estremecieron, abriéndose y desgarrando la imagen, el pasado.
Volví a gritar, al límite. Los recuerdos que había acumulado durante toda mi triste vida hasta ahora destellaron tras mis párpados temblorosos. Zerón estaba presente en la mayoría de ellos. Siempre habíamos estado juntos, a pesar de que perteneciéramos a distintas clases sociales. Siempre nos las habíamos arreglado para hacerlo. Él, tan honesto y humilde. Nunca había faltado a su palabra. Nunca se había quejado delante de mí de su precaria situación. Porque sabía que existía gente que se encontraba peor todavía. Porque sabía que yo lo necesitaba, y que tenía que ser fuerte por mí. Yo tampoco me quejé de mis circunstancias. Porque sabía que me necesitaba, y que tenía que ser fuerte por él.
Zerón…
… lo siento.
Y, cuando al fin pude hacerlo…
Aquella tarde el cielo se hallaba tan encapotado que la luz apenas iluminaba la ciudad y sus alrededores, mucho menos el interior del bosque. Cuando me detuve a la entrada, la oscuridad que la envolvía era tal que hizo que mis piernas dudaran y se quedasen, por un instante, clavadas en el suelo, resistiéndose a continuar. Pero eso no era todo; algo me decía, además, que no insistiera. Un presentimiento que sacudió de inmediato todo mi ser, partiendo mi espalda como un potente terremoto. Anunciando en silencio a gritos un mal augurio.
Fruncí el entrecejo, reparando entonces en un pequeño detalle. La cesta que había dejado el último día se encontraba casi intacta, solo un poco deteriorada por el mal tiempo y los animales que, atraídos por su contenido, la habían roído. Zerón no la había tocado, estaba segura. Y aquello despertó en mí ciertas alarmas; siempre, quisiera o no, había aceptado ofrendas como esa.
… Por supuesto, todavía era pronto para realizar conjeturas, pero… aun así, algo me decía que las cosas no iban bien. ¿Qué no iba bien?
Ignoré mi instinto y di varios pasos más. Luego me acuclillé junto a la cesta y observé durante unos segundos los restos, ya putrefactos, de los alimentos que había albergado. Quizá, simplemente, no los había cogido porque su condición de nictémero ya se lo impedía. Aunque, en ese caso…
¿Significaba que Zerón ya no era humano? ¿Qué ya no poseía ni siquiera una pizca de humanidad? Y, si así era, ¿aquello quería decir que Zerón… había dejado de existir?
Mi estómago se contrajo ante semejante pensamiento. Si Zerón dejara de existir…
Levanté la cabeza, mirando consternada en dirección a las entrañas del bosque. Debía evitar ese tipo de suposiciones y buscar a Zerón. Necesitaba verlo, hablar con él. Necesitaba… averiguar si todavía “existía”, aun si aquello terminaba costándome la vida. De todas formas, me daba igual. Cerrando los ojos, rocé con las yemas de los dedos el pendiente de zafiro restante que me quedaba. “Si tú desaparecieras…” susurré en mi fuero interno. No fui capaz de continuar.
De todas formas, mi triste vida perdería todo su sentido.
Incorporándome, comencé a caminar decidida hacia el bosque, dispuesta a encontrar a Zerón.
El sendero apenas se distinguía de la exuberante vegetación que me rodeaba, alimentada por las últimas lluvias. Dificultó mi avance más de lo que pude imaginar en un principio, aunque no logró sofocar mi determinación.
—¿Zerón?
Mi voz se alzó por encima de todo aquello, perdiéndose entre las copas de los árboles en una espiral de eco decreciente. Volví a llamarlo mientras proseguía mi camino a través de una penumbra que era perturbada de vez en cuando por finos rayos de sol, fugaces. Finalmente alcancé el pequeño claro donde se ubicaba el borde del precipicio donde solíamos vernos y conversar. Una brisa tormentosa acarició mis mejillas, meciendo los mechones ondulados que no había fijado aquella mañana a mi moño. Tomé aire despacio por la nariz y lo expulsé del mismo modo. Luego regresé sobre mis pasos, con la intención de seguir indagando.
Mi búsqueda no se prolongó mucho más. Para mi sorpresa, di pronto con otro claro que no había visto nunca antes, ni siquiera durante mis paseos con Zerón. Pero, lejos de hallar a este, fui testigo de una escena que despertó ahora sí todas mis alarmas, haciendo brotar de mi piel un frío sudor copioso y unas lágrimas de mis ojos que no eran otra cosa que la manifestación de un pánico incontrolable. Había alguien en el centro del claro. Un figura oscura y encorvada, que parecía moverse sobre algo. Un brazo humano sobresalía tras ella por uno de los extremos, tendido sobre un trozo de hierba ensangrentada.
Aspiré brusca y fuertemente, tapándome la boca a continuación con una mano.
La figura se quedó inmóvil entonces. Instantes después sus hombros temblaron, y una risa baja y grave llegó hasta mis oídos mientras se giraba y miraba justo en mi dirección.
—Qué… —murmuré.
Lentamente, fue elevándose hasta alcanzar toda su altura, que no era poca, y empezó a acercarse a mi posición, sin ninguna prisa, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Yo me encontraba paralizada por el miedo; era incapaz de reaccionar, las lágrimas atravesaban sin parar mis mejillas, desenfocando mi visión y emborronando en consecuencia la imagen del cadáver que yacía a unos cuantos metros de nosotros.
—Qué… —repitió el asesino con voz ronca, revelando un deje que sonó, para mi asombro, burlón.
Rió de nuevo, esta vez más alto, animado. Nos separaban solo un par de metros. La oscuridad lo envolvía como si emanara en realidad de su cuerpo. Únicamente, pude distinguir el ligero ondear de la capa corta y vieja que caía de su espalda. El temor había invadido mi mente, nublando mi razón, cubriéndola por completo…
—Voy a morir —dije en voz alta, sintiendo aquella certeza impactar en mi corazón como una bala y arder como el fuego del mismo infierno.
¿Por qué había dicho eso? La cabeza me daba vueltas. Una confusión tormentosa revolvía mis pensamientos, ordenándolos a su antojo.
—Pero, antes de morir —proseguí, mareada—, mi carne será devorada, y mi sangre derramada, en las profundidades de la nada, junto con unos huesos que, reducidos a astillas, se clavarán en mi cara aterrorizada.
La risa cobró fuerza, resonando cortante y malévola por todo el bosque. En ese momento, me pareció advertir que extraía algo del cinturón que se ceñía a sus caderas estrechas. Era un pequeño cuchillo, que lanzó acto seguido hacia mí. Yo lo atrapé al vuelo con la extraña sensación de que mis movimientos carecían de voluntad.
—Y Dios, nuestro señor todopoderoso, nos amaba tanto —empecé a cantar, desconcertada—, que nos bendijo con una parte de su divina sabiduría. Así, la oscuridad sería desenmascarada y el ser humano descubriría su origen sagrado…
Antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba haciendo, el cuchillo cruzó veloz la cara interna del antebrazo izquierdo que acababa de extender. Al cabo de varios segundos, una fina línea roja se marcó en mi piel blanca, que fue tornándose más grande poco a poco hasta que la sangre se desbordó de ella y comenzó a brotar.
—¡Oh! ¿Qué es esto?... Dolor, ¿sufrimiento? ¡No puede ser! —seguí cantando.
Otro corte, más profundo. Grité.
—¿Qué significa esto, Dios, señor nuestro todopoderoso? ¡Mortalidad! ¡MORTALIDAD! ¿Cómo puede ser? Nosotros somos tus hijos, poseemos tu grata sabiduría. Nosotros somos… Dios. —Mi voz cambiaba continuamente de tono, como si estuviera interpretando un papel en alguna obra de teatro—. Sin embargo, sangramos. Nuestra mortalidad fluye por esta impía sangre. Nos has… engañado. Tu sabiduría… es falsa. Tú eres falso.
El cuchillo se escurrió de entre mis dedos, cayendo al suelo.
—Entonces… —susurré, en trance—, ¿qué ocurre con la Oscuridad?
Un metro.
—La Oscuridad… desenmascarará a la luz falsa y, con ella, a ese Dios falso, y nos acogerá en su seno, libre y auténtico… —respondió aquel ser, ansioso.
—… mi carne, mis huesos, mi sangre serán devorados por la Oscuridad, y renaceré en ella —concluí.
Aquel individuo alzó una mano, cerrándola luego en un puño. En ese preciso instante, una punzada insoportable de dolor pareció perforar mi cerebro, arrancándome un potente alarido. Intenté abrir los ojos, pero todo daba vueltas a mi alrededor a una velocidad que no podía encajar. Asimismo, el asesino aparentaba, en medio de aquella confusión, estar en todos sitios y a la vez en ninguno, mientras reía de una manera horriblemente siniestra. Sentía como si mis neuronas estuvieran electrocutándose, transmitiendo al resto de mi cuerpo un dolor agudo e intermitente.
—Tu corazón es joven; la sangre es bombeada con ímpetu. Sin embargo… tu mente no corresponde. Tu mente parece estar perdida. Perdida en una realidad que has empezado a cuestionar.
… Era como abrir viejas heridas. Heridas que surcaban la imagen inmóvil del pasado, apenas perceptibles. Aquellas heridas se estremecieron, abriéndose y desgarrando la imagen, el pasado.
Volví a gritar, al límite. Los recuerdos que había acumulado durante toda mi triste vida hasta ahora destellaron tras mis párpados temblorosos. Zerón estaba presente en la mayoría de ellos. Siempre habíamos estado juntos, a pesar de que perteneciéramos a distintas clases sociales. Siempre nos las habíamos arreglado para hacerlo. Él, tan honesto y humilde. Nunca había faltado a su palabra. Nunca se había quejado delante de mí de su precaria situación. Porque sabía que existía gente que se encontraba peor todavía. Porque sabía que yo lo necesitaba, y que tenía que ser fuerte por mí. Yo tampoco me quejé de mis circunstancias. Porque sabía que me necesitaba, y que tenía que ser fuerte por él.
Zerón…
… lo siento.
Literature
La Muerte Del Sol
La Muerte Del Sol
Cuando la noche se escabulló de los frágiles ojos,
los espejos cayeron en un sin fin de destellos,
la sangre del inocente se reflejó en los cristales rotos,
y entonces el sol nunca salió, y la arena cubrió todo...
Los relojes desaparecieron, los otros, todos murieron,
un ferviente viento azotó nuestro hogar, los recuerdos,
los ventanales volaron, las cartas, los regalos, nuestro sueño,
entre caos y desesperación, en un instante la vida se esfumó...
Caminé, entre arena y páginas blancas, pude ver las infinitas estrellas,
y también vi, las sombras en la lejaní
Literature
El Desconocido.
Tú, como ardiente chispa detonante
buscas refugio en donde no puedo tocarte.
Te escondes bajo la mirada de la inseguridad,
vives dentro de un cuerpo que a veces muestra su frialdad.
Tú, ferviente amante del temor
conviertes mi alegría en un profundo dolor.
Acaricias mi alma, besas mi orgullo
y te envuelves dentro de mi corazón.
Tú, aléjate.
Muéstrame a mi ser amado.
Me lo has quitado sin piedad,
que ahora ya no deseo continuar.
Has obstruido mi vista,
Me lo has quitado deprisa.
¡Devuélvemelo! ¡Lo necesito!
Juro que te detendré,
piedad no voy a tener.
Quiero ver
Literature
Aire
AIRE
Te llevaste, en alocado revuelo, el alma mía;
brisa traicionera, devuélveme mi juventud,
mi ánimo, y mi solitaria decepción tardía.
Dido R. Ráez
29/04/2014 - creado
24/10/2014 - finalizado
Suggested Collections
Featured in Groups
Comments0
Join the community to add your comment. Already a deviant? Log In